Thursday, August 11, 2011

Libertad al otro lado


El once de julio era un día como cualquier otro; llovía, las aves volaban rápido en busca de un lugar donde refugiarse y las nubes negras impedían ver la luz del Sol. Sentado, veía las gotas de agua resbalarse suavemente por su ventana; el viento empezaba a soplar más fuerte de lo normal, entraba una brisa como invitándolo a salir, a dejar esa fortaleza que eran esas cuatro paredes donde siempre permanecía. Cerró los ojos, tal vez con la ilusión de que así podría volverse viento y sentirse tan libre, que ni el infinito podría limitarlo.
Las luces se apagaron y toda su habitación empezó a moverse, trató de aferrarse al primer soporte sólido que encontrara, se sostuvo de un viejo estante que estaba en la pared; de un momento a otro, el vidrio de su ventana voló en pedazos, sólo alcanzó a ver los fragmentos de este esparcidos por toda su habitación. Fue todo cuestión de segundos, las cosas parecían volver a la normalidad. Caminó lento hacía la pared donde solía estar su ventana, al hacerlo, rompió los pequeños fragmentos que habían quedado en el suelo de su cuarto. Intentó asomarse por el marco, pero lo único que podía ver era una segadora luz que le impedía visualizar lo que antes era el patio de su casa. En ese momento, lo último que vio fue como la luz invadía su cuarto, y con este, su cuerpo. Lo que solía ser su dormitorio era ahora un inmenso vacío lleno de luz, a cualquier lugar donde mirara era lo mismo, pero él, él no lo era, por primera vez en su vida se sentía libre, no era el tipo de libertad que se siente cuando caminas por las calles, cuando juegas en un parque o cuando corres hasta ya no sentir tus pies; esta vez, era distinto, era libre, libre como el viento que se asomaba por su ventana todas las mañanas, libre como el ave que vuela sin importar cuán fuertes sean los vientos o el pez que nada en el exorbitante océano sin temor a ser detenido incluso por el tiempo.
No había palabras para describir todo lo que sintió en ese momento, en su vida había vivido todo tipo de cosas pero nunca algo como esto; abrió sus brazos cual ave dispuesta a emprender un nuevo viaje, saltó al vacío sin temor a caer y voló; voló tan alto que sintió pasar esa absurda barrera llamada infinito y esta vez no sintió el aire rozar todo su cuerpo, ahora era parte de él.
Todo parecía tan real pero a la vez tan fantástico y difícil de creer.
A lo lejos, se empezaba a oír una voz, una voz suave pero fuerte llamándolo insistentemente, se dirigió hacia el lugar de donde venía la voz y se percató de que había un punto negro entre tanta luz, y que entre más se acercaba, más grande se hacía y la voz que escuchaba, más cerca estaba. Sin saber por qué, empezó a sentir miedo, empezó a sentir como toda la luz que lo rodeaba se convertía poco a poco en oscuridad, y lo que antes era volar, ahora era caer para él; caía en un vacío infinito, parecía que nunca iba a tocar el suelo, cuando de pronto, escuchó la voz de su madre entrecortarse, su padre dando gritos, intentaba abrir los ojos pero no podía, sentía el peso del mundo en ellos.
Ya era demasiado tarde, al lado de su cuerpo inmóvil se encontraba una nota que decía: “Sólo al morir, encontró la libertad que tanto buscó en vida”.